No sólo es cuestión de gusto


Constantemente somos bombardeados por imágenes propagandísticas, ya sean publicitarias o informativas por ejemplo. A pesar de que con el paso del tiempo sea más difícil llamarnos la atención, éstas siguen sin pasar de largo ante nuestras miradas. ¿Qué es por tanto lo que hace del cartelismo algo tan atrayente? Quizás sea algo tan sencillo como el subconsciente.

Entre otras cosas, para que un cartel funcione, el diseñador se aprovecha de esa “mochila” interior que llevamos cada uno marcada en gran medida por la sociedad en la que vivimos, las experiencias personales y el uso de unos elementos artísticos que además condicionan las dos anteriores.
Entre estos elementos, podemos destacar algunos como el uso de las leyes de la Gestalt, un conjunto de trece reglas que explican el origen de las percepciones (de las formas) a partir de los estímulos; las tipografías y la psicología del color, cuyo uso marcan una conducta determinada en el espectador sobre la obra; y el recorrido visual, conseguido gracias a la relación de los elementos que participan en el cartel, muy importante para su completa lectura.

A pesar de esto, la predecesora del cartelismo, la pintura, fue la primera en hacer uso de algunos de estos elementos como el color, el recorrido visual, la escala de los objetos, etc. De esta manera, los autores de grandes obras a lo largo de la historia, consiguieron que al espectador le llegase de forma sencilla un mensaje claro, provocándole así una serie de sensaciones. Entre estas obras podríamos destacar “Virgen del Canciller Rolin” de Van Eyck.

Aunque la pintura se utilizara en épocas anteriores y en gran parte con un motivo explicativo, es en la antigua Roma donde ya se comienza a utilizar como decoración de los espacios interiores. Estas decoraciones llamadas trampantojos (del francés tromp lóeil), consisten en unas pinturas cuyo fin es engañar al individuo, haciéndole creer que ese espacio representado existe realmente. No es hasta el Renacimiento cuando aparece de nuevo, y de una forma muchísimo más realista. En estas escenas se consigue una mayor conexión entre el creyente y Dios reflejado en el Cielo, el cual se abre en el espacio que abarca la cúpula de las distintas iglesias realizadas en este período.

Pero, por mucho que la pintura tenga ese poder sobre nosotros, siempre habrá una sensación que nunca podrá controlar: la del tacto y el olfato. Porque, en la decoración de interiores, los únicos capaces de transmitir algo mediante estos sentidos son los materiales.
Nos han acompañado desde el principio de los tiempos, tanto para la construcción de los propios edificios, como para el revestimiento de éstos e incluso para la realización de los muebles y sus tapizados, donde su valor principal está en el tacto.

Gracias a esos elementos tangibles, podemos decir que un espacio interior no sólo nos evoca, sino que realmente sentimos frío, suavidad o dureza por ejemplo. Pero… ¿Por qué unas sensaciones nos resultan agradables y otras no?, ¿Qué porcentaje de nuestro criterio es personal y qué porcentaje está medianamente establecido?.




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